El ruido en los muros

Como un lamento, recorren las paredes ballenas melancólicas, navegan a través de los tabiques sin que nadie pueda verlas, su eco se extiende como un sudario fantasmagórico, un cementerio en el cemento de los muros de cetáceos moribundos arrastrándose pesadamente a través de estas aguas artificiales, a través de cañerías y radiadores, cruzando los zócalos y la luz de las lámparas, pesadas sillas arrastradas en el piso superior por ancianas seniles a quien no puedes gritar, con quien no puedes enfadarte, pero a quien sin duda deseas la más pronta de las ausencias...

La convivencia se ha convertido en una onerosa rutina, la salvación ha sido aplomada por el recalcitrante solipsismo impuesto desde los pupitres catódicos... no queremos que nadie más exista, nada de dolor ajeno pese a la inevitable decadencia de la materia, carne y barro que ahora parecen corporeizar tantas cosas que creíamos intocables... de noche, la mujer separa minuciosamente mesillas de camas, sillas de mesas, escritorios de armarios, sofás de estanterías, con la excusa de evitar el incendio, de que se extienda el fuego, pero construyendo un laberinto de pasillos inermes hacia su cuerpo...

Yo no he visto arder ni la carne ni el barro, la he visto cocinarse suavemente o con furia, lo he visto moldearse e imitar a otros objetos, pero no los he visto consumirse, no he vivido un gran incendio... es probable que no lo veamos... las mangueras, como maromas y como sogas en cada pared (no en sus receptáculos para romper si se diera el caso sino a la vista para evitar los martillos, la violencia), nos recuerdan que el caso ni lo habrá ni se hará... cada vez más visibles, menos avergonzadas, menos rojas... los trajes de carne cada vez más hediondos, el maloliente barro deslizándose por debajo de la pernera de los pantalones y del dobladillo de las faldas, dibujando el camino que han recorrido, que ya ni nos pagan por limpiar ni nos felicitarán por deglutir...

Es lo que hay, será la respuesta, y todo lo que consideramos sagrado se hará carne y se hace barro, absolutamente todo se hace tangible, contemplas las franjas negras en tu chándal dibujadas por la luz entorpecida por las barras y estrellas la mirada y la voz en el hueco cercenado y sin retorno, se apagan en la inmensidad de ese recorte de cielo centelleante imposible de mirar... parece que todas las medidas están dispuestas y alerta, que el código fuente tiene insecticida suficiente, que lo que creías poseer definitivamente te empuja hacia un filo ciegamente...

Ahí, sin duda, los dirigentes nos invitan, con sus sonrisas de barro y sus santas medallas de carne, sin cortes pero con caricias en el cuello de frío metal, donde estemos y estén tranquilos, donde sepamos y sepan que es mejor mantener la vista en el futuro que a los lados, que si nos giramos sea con envidia y con enfado, que odiemos el atronador ruido de los muros y no nos preguntemos por qué llora una ingrávida bestia de ciento veinte toneladas, de por qué esa mujer está sola y tiene miedo de convertirse en ceniza, de por qué cada vez condenamos más a los que viven con nosotros y como nosotros e indultamos con olvido y sin reparo a los que viven de nosotros y contra nosotros...

Como si otros muros no se hubieran levantado, como si nuevamente no tuviéramos que derribarlos...

1 comentario

aningunsitioperoquesealejos dijo...

«Catedrales ciclópeas dedicadas al confinamiento de pulmones, cajas que respiran y se sobreviven entre muros de lamentos invisibles, violadas y narcotizadas bajo la ley del más fuerte, carne de un paredón que les llena el cuerpo de un plomo que se diluye en su sangre con la velocidad de eones mitológicos…» -> La culpa es del mar